Un equivalente a 11 campos de fútbol sembrado de plomo, cadmio, bromo. Un vertedero gigantesco de residuos electrónicos (e-waste) en el que humean todo tipo de gases peligrosos inhalados por cerca de 80.000 habitantes que, para ganarse su sustento, destripan los desechos del consumismo tecnológico del norte.
Así es el vertedero de Agbogbloshie (Ghana). Uno de los lugares más contaminados del mundo e inmortalizado en documentales como el galardonado Comprar, tirar, comprar. La historia secreta de la obsolescencia programada.
Agbogbloshie importa unas 215.000 toneladas de e waste al año y, según Greencross, la consecuencia es concentraciones de plomo en el suelo de hasta 18.125 ppm, frente a estándares de 400, y exposición al aluminio de 17 mg/m3, frente a las recomendaciones de 1 miligramo. En menos de una década, y con estos niveles, la biodiversidad de la zona se ha visto casi exterminada.
El problema es que, ante ausencia de nociones de reciclaje, los materiales se tratan en fogatas al aire libre; lo que libera polvo y humos contaminantes derivados de la quema, sobre todo por la combustión de PVC y de cables para la extracción del cobre.
Al margen de las consecuencias directas de la inhalación, Martin Oteng-Ababio estudió los efectos de estos niveles sobre los campos de cultivo periféricos que alimentan la ciudad y encontró de forma omnipresente en todas las verduras cinco contaminantes orgánicos que podrían dañar la salud.
La contaminación que retorna cuando comemos
Aunque el caso de Agbogbloshie es un extremo, la basura electrónica es muy perjudicial para el medio ambiente y nos afecta a todos. Para poner un ejemplo, un televisor arrojado al mar puede contaminar hasta 80.000 litros de agua con sustancias metálicas, plomo y fósforo.
Otro: una batería de teléfono contamina unos 50.000 litros de agua de níquel y cadmio. Se contaminan la atmósfera, los acuíferos, el mar y una vez llegan a la naturaleza poco puede hacerse, pues no son química no biológicamente degradables. Además, la concentración en los seres vivos aumenta a medida que son ingeridos por otros, por lo que la ingesta de animales y plantas contaminados puede provocar síntomas de intoxicación.
Es decir, los metales que representan mayores problemas medioambientales (mercurio, plomo, cadmio o cobre) tienden a bioacumularse y a biomagnificarse; lo que significa que se van acumulando en los organismos vivos alcanzando concentraciones mayores que las se alcanzan en los alimentos o en el medio ambiente.
El ejemplo clásico es el del atún o el pez espada que, a través de la ingesta de otras especies de la cadena trófica, acumulan mercurio en sus grasas. Tal es el extremo que la Agencia Estatal de Seguridad Alimentaria y Nutrición desaconseja su consumo en mujeres embarazadas y niños menores de tres años.
La misma Unión Europea prohibió en 2003 la comercialización de electrodomésticos y otros aparatos electrónicos, como teléfonos móviles, que contuvieran plomo, cromo, cadmio y mercurio, alegando el riesgo para la salud humana y el medio ambiente. En concreto, el plomo y el mercurio “pueden afectar al cerebro y al sistema nervioso y son particularmente peligrosos para las mujeres embarazadas y para los niños pequeños”
Nuestro papel para frenar la contaminación es clave
Los ciudadanos tenemos un papel fundamental a la hora de lograr un reciclaje correcto de la basura electrónica, depositando sus productos en puntos autorizados. De allí son trasladados a plantas de tratamiento de RAEEs para que sean desmontados y descontaminados.
Los elementos valorizables son transportados a empresas manufactureras para que sean utilizados de nuevo como materia prima. Puedes informarte aquí sobre dónde depositar residuos electrónicos en Catalunya.
Desgraciadamente, y según este post, sólo el 25% de la basura electrónica en España se recicla correctamente. Cada año, el 75% de los millones de residuos electrónicos que se generan desaparece de los circuitos oficiales del reciclaje.
Es decir, sólo cinco de los 20 kilogramos que genera cada habitante en España se recicla según la Asociación de Empresas de Residuos y Recursos Especiales de España (ASEGRE) . ¿Dónde va el resto? Nos lo podemos imaginar: a vertederos como el de Agbogbloshie.
Aunque es muy difícil ponerle números a este tráfico, este artículo publicado en el Environmental Science & Technology estima que el 23% de la basura electrónica generada por los países de la OCDE son exportados a siete países, siendo China el basurero tecnológico del planeta.
La convención de Basilea, un tratado multilateral de medio ambiente que se ocupa de forma extensa de los desechos peligrosos, intenta poner límites a este tráfico; pero lo cierto es que, en la actualidad, países como Estados Unidos sigue exportando e-waste, y la era digital supondrá, según la Agencia Europea del Medio Ambiente, que el volumen de basura electrónica aumente tres veces más rápido que la de otros desperdicios.
Asimismo, Greenpeace denunció en su informe Envenenando la pobreza, residuos electrónicos en Ghana que, a pesar de las leyes de la Unión Europea que prohíben la exportación de residuos electrónicos, miles de toneladas de estos residuos de la UE terminan en países en vías de desarrollo.
Y lo hacen a través de contenedores etiquetados como “mercancía de segunda mano” ya que las leyes de la UE permiten exportar productos reutilizables, siempre y cuando funcionen correctamente y vayan correctamente embalados y etiquetados. Aunque, según estimaciones, casi toda esta mercancía ya viaja destrozada.
Aunque esta es la narrativa mediática que impera, es interesante el artículo Mapeando el procesamiento de basura electrónica en Agbogbloshie, Ghana en el que se explora un cambio de paradigma basado en reconocer que el procesamiento de residuos electrónicos genera unos ingresos imprescindibles para la población local y en considerar Agbogbloshie como un enclave industrial.
Aporta que muchos de estos residuos son comprados por los propios trabajadores, que los procesan y venden posteriormente, y propone conocer en mayor detalle los procesos de la actividad de Agbogbloshie para redefinir los conceptos de residuo y recurso y aplicar la tecnología para evitar la contaminación y el daño a la salud.